Detrás de la careta me escondo, debajo de la peluca me transformo y tapado con el disfraz me hago invisible. En ese mismo instante surge el otro yo que vive agazapado dentro de cada uno. Esa extraña catarsis, hace que el pusilánime amanuense se convierta en un Napoleón arrogante y decidido, el tímido funcionario que mira a las mujeres de reojo se transforme en un Casanova seductor y lascivo, la recatada y solitaria madurita que debuta como meretriz de caderas cimbreantes y aires antillanos, mientras sueña con un falso mulato que la arrastre a los peligros de la carne en una casapuerta fría y oscura o aquel matón del barrio, perdonavidas y desafiante, que se está pintando los labios frente al espejo para ser, por una noche, la reinona exuberante y golfa que siempre quiso ser. Los verá, al amanecer, regresar desgreñados, vencidos y perdida su apostura, mientras evaporan los efluvios del alcohol milagroso, volver a la realidad cotidiana del ser lo que no son.
Aunque ellos nunca sabrán que diariamente salen de casa disfrazados de normalidad y con la careta de la apariencia. Por eso, como dijo aquel: TODO EL AÑO ES CARNAVAL.