Tenía la mirada fría y azul. Cuando reía, lo hacía sólo con un esbozo triste y cansino. Sus escasos abrazos nunca daban calor, acaso distancia. Nada sabía de melancolías ni de ternuras. Era más noche que día y el color dorado de su pelo recordaba las tardes cortas y tibias de enero. Podía ser plácida y tormentosa a la vez, turbia e inclemente o impredecible como un febrero alocado por eso cuando se marchó, sólo le pude decir : “Adios Invierno”.