Le pregunté al viento del Norte quién era el Otoño y me mandó una ráfaga de aire fresco y benefactor que me alivió de las últimas y pejigueras calores del estío. Luego, le pregunté a qué huele el otoño y al momento, me vi asaltado por mil fragancias que me recordaban a los dulces melocotones, chirimoyas, uvas pasas, nueces y castañas que tanto me evocaban la niñez perdida. Volví a insistir por el color del Otoño y él me mostró una maravillosa paleta de colores ocres y amarillos que había traído de las tierras castellanas de la meseta. Al final, me atreví a preguntarle por la luz del otoño, el viento roló a poniente y me mostró a Cádiz desde el mar, en un cálido y dorado atardecer que parecía un bajel meciéndose plácidamente en el ocaso. Al final me regaló un aroma de mujer que me llegó hasta el alma.
Ahora ya sé que es el otoño.