No son las hojas secas que alfombran el bosque. No es el viento de vendaval que hace desertar a los paseantes de la muralla. Ni, tampoco, la llovizna mustia que adormece la tarde. Es el sentimiento hondo y profundo que nos trae recuerdos de otros tiempos, de los amores perdidos, de los abrazos olvidados, de las risas sin motivo. Es el mirarse a los ojos frente al espejo y contemplar como ha pasado la vida por nuestro rostro. La ceniza del pelo, las arrugas inclementes y el gesto de hastío y lejanía que nos adorna el gesto. Ese es el verdadero Otoño. Ahora solo nos queda la duda de coger el tren de regreso o darnos una tregua esperando otro con la ilusión de que traiga retraso.