Y de pronto se rajó el velo del invierno. Los azahares reventaron en los naranjos de las plazuelas, inundando todo de aromas embriagantes y lujuriosos. Los vencejos, en sus vuelos enloquecidos, hacían piruetas inverosímiles entre espadañas y campanarios. Las mujeres se sintieron nuevamente hermosas y salieron a las calles con sus peinetas y sus lutos entallados y provocativos, y al toque de trompetas y fanfarrias las noches se llenaron de vírgenes entronizadas entre bordados, donde no cabe una puntada más y ceras de filigrana y de flores, muchas flores, de todos los olores y colores, que se pasearan ante nuestros ojos atónitos como dolorosas y reinas victoriosas. No se adora a la muerte ni al martirio, sólo se cumple el rito de la espera de una resurrección de la vida que dará sentido a su nombre: primavera , lo primero que verás brotar.
Por eso hay que salir a las calles y beberse a pecho las madrugadas. A riesgo de afanarse un gripazo.