Tras la persiana se vislumbra la ciudad cegada por una luz inclemente. Desertadas, las calles solitarias solo recogen el eco de algunas osadas y fantasmales figuras que se ajetrean buscando sombras redentoras que alivien su travesía por el desierto infernal del mediodía; su visión reverbera ante nuestros ojos. Refugiados en la penumbra, indolentes y ociosos, esperamos la llegada salvadora de la noche y como resucitados que salen de sus tumbas, buscamos afanosos las balaustradas y las orillas para recibir la brisa marina que nos hará revivir. Duro el verano, infierno adornado de luces de neón. ¡¡Ojú, qué caló!!