Recostado, indolente, con el vino refrescado y la persiana apenumbrando la estancia, te dejas llevar por imágenes antiguas y evocadoras y con la mirada entreabierta, apenas vislumbras el rincón donde descansa la cámara sola y espectante. Sabes que la pereza es la enemiga de la inspiración y aliada del hastío. Te prometerás que mañana volverás al oficio, que buscarás entre los escombros de la memoria aquella idea vieja que dejaste al resguardo para los días de sequía. Pero también sabes que mañana será igual, que la luz inclemente que reverbera al otro lado de la persiana, te estará esperando a las puertas del infierno para matarte la afición y quemarte los sentires. Y, además, allí afuera están ellos, con sus gritos, sus sudores, sus camisetas, sus chanclas, sus niños, sus perros y con «tó sus…….avíos».