Volvieron los vientos calientes y se colaron por rincones y rendijas. Los muros enjabelgados de cal refulgían de una luz violenta y dominante. Buscábamos con ansias las sombras pero se nos escapaban temerosas y derrotadas. Sólo en las tardes rojizas y frente al mar, encontrabamos alivio para tanto deslumbre y hallábamos consuelo mirando al horizonte que nos refrescaba como un samaritano solidario y compasivo. Había llegado el verano y nosotros, como siempre, habíamos quedado prendados de su luz victoriosa y altanera. Ahora volveremos a nuestros cuarteles de verano, a esperar que los bárbaros se retiren a sus tierras del interior, velando armas como caballeros que somos.