Carmen no es fotógrafa, no es ni siquiera aficionada a la fotografía. Carmen y yo viajamos a Portugal. Ella fotografía con su pequeña cámara aquello que cree que merece la pena recordar, que le gusta o lo que simplemente, le apetece. No la guía cuando hace fotografías ninguna condición previa, ningún criterio estético, digamos, “ortodoxo”. No se para en encuadres, en fotometrías, en esperar “momentos decisivos”. Su intención no es artística, es simplemente llevar un recuerdo de unos días de vacaciones intentando sacar la foto más “bonita” posible y que mejor le cuente lo que ha vivido.
Cuando veo sus fotos, no puedo evitar recomponerlas a la manera en que yo las hubiera hecho. Entonces me doy cuenta de que estoy fotografiando lo fotografiado. No estoy fotografiando del natural, estoy componiendo sobre lo que otra persona encuadró. De eso se trata este trabajo.
Revisando las fotos de Carmen he re-fotografiado su mirada, lo que ella quiso ver. No trato de enmendar nada, simplemente estoy re-interpretando imágenes. De hecho, hay imágenes que poco tenían que cambiar, poseen la frescura y la espontaneidad de quien no tiene ningún condicionante previo a la hora de fotografiar.
Es un trabajo hecho mano a mano. Ella ve y yo re-veo, ella fotografía y yo re-fotografío, ella encuadra y yo re-encuadro, y así sucesivamente…