Una mañana en el Musée d’Orsay es como un viaje a través de los siglos XIX y XX y el arte. Al entrar, la luz natural se filtra a través del enorme reloj de vidrio, bañando las esculturas con un resplandor dorado. Los visitantes se desplazan silenciosamente, casi reverencialmente, mientras observan obras maestras de Monet, Degas y Van Gogh… En cada sala, el eco de los pasos se mezcla con murmullos y comentarios de admiración, creando una atmósfera intensa y la vez serena. Al salir, y a pesar del bullicio, nos llevamos las sensación de haber tenido un momento íntimo con el arte.
Estas imágenes no describen el Museo en sí, más bien, describen las sensaciones que el conjunto del edificio fue dejando en mi retina mientras lo visitaba.
