El Carnaval de Cádiz nunca se distinguió por sus disfraces rutilantes y ostentosos; unos trapos, un plumero, un cartucho en la cabeza y a la calle. Si algo lo hizo diferente, fue la imaginación, la creatividad y sobre todo, la crítica mordaz, con gracia, que no dejaba títere con cabeza. Pero eso ya no existe. Una demagogia barata y comercial, más una politización interesada, han abaratado y ocupado el sitio que antes tenía el verdadero y auténtico sentir gaditano.
Este año, rememorando aquellos tiempos de glorioso ingenio, nos disfrazamos de mamarrachos y criticamos, de pasada, algunos aspectos de la actualidad. ¡Tipo, tipo!
