Y nos pusimos de pie. Dejamos de mirar al suelo y, no solo descubrimos el horizonte, también aprendimos que mirar al cielo era confortable a la par que inquietante. Y empezaron las preguntas sin encontrar las respuestas. No se sabe si fue por instinto de curiosidad o por el eterno deseo de saber y comprender del hombre; lo cierto es que del asombro pasamos a la observancia y al conocimiento de la bóveda celeste. Había nacido la Astronomía.
Pero paralelamente, al ponerle nombre a los astros y a las constelaciones, supusimos que el Sol se movía en una elíptica que duraba un año recorriendo doce casas y constelaciones a las que pusimos de nombre El Zodíaco.
Luego, añadiéndole imaginación y nuestra inabarcable capacidad de soñar, pensamos que aquellas parcelas celestes tenían un lenguaje y un mensaje donde se explicaba su influencia en nuestros caracteres y en nuestros quehaceres en este devenir errático por el Cosmos. A esta ciencia le llamamos Astrología.
Este año TerceroEfe dedica su calendario 2024 a los doce signos que componen el ciclo solar anual
Con sus rostros curtidos y su piel apergaminada, con sus cicatrices testigos de mil batallas, aquí están los últimos Pobres Caballeros Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón. Los Templarios. Pasaron de ser admirados y respetados en toda la cristiandad, a ser perseguidos, injuriados, torturados y quemados en la hoguera, acusados de ejercer las más abominables prácticas heréticas y de adorar a falsos ídolos como el Baphomet. Lo cierto es que parece que sus riquezas y poder militar despertaron la envidia de Reyes y Papas. Y eso, hoy día, sabemos que es muy peligroso. Se convirtieron en mitos y leyendas. Precisamente una de ellas cuenta, que cuando se dispersaron por toda Europa, huyendo de la persecución, algunos llegaron a una pequeña y amurallada isla del Sur, donde se refugiaron y adoptaron las costumbres de sus antiguos pobladores. Y allí en una pequeña caleta al cobijo de dos castillos se asentaron. Aquí os traemos algunas viejas estampas donde se les ve calzando los conocidos “gargajillos”, ideales para luchar y andar por las piedras y no darse un jardazo con el verdín. Honor y gloria a los valientes Caballeros del Temple.
El Carnaval de Cádiz nunca se distinguió por sus disfraces rutilantes y ostentosos; unos trapos, un plumero, un cartucho en la cabeza y a la calle. Si algo lo hizo diferente, fue la imaginación, la creatividad y sobre todo, la crítica mordaz, con gracia, que no dejaba títere con cabeza. Pero eso ya no existe. Una demagogia barata y comercial, más una politización interesada, han abaratado y ocupado el sitio que antes tenía el verdadero y auténtico sentir gaditano.
Este año, rememorando aquellos tiempos de glorioso ingenio, nos disfrazamos de mamarrachos y criticamos, de pasada, algunos aspectos de la actualidad. ¡Tipo, tipo!